Publicación en diario PERFIL


los viejos bodegones estan de moda

Dice que Eurnekian le quiso comprar su restaurante por US$ 1 millón y no aceptó

Son un clásico de Buenos Aires y los hay en todos los barrios. Algunos, muchos, resisten en zonas glamorosas como Palermo, Las Cañitas y Recoleta, rodeados de restós fashion, cocina de autor y bares temáticos. Pero su encanto es a prueba de modernidad. El dueño de uno de ellos, en el corazón de Palermo Hollywood, se ufana de haberle dicho no a la oferta del megaempresario. Emilio Sangil prefirió seguir allí, atendiéndolo a los 80 años como lo hace desde el ’78.

“Una milanga napolitana irresistible, un sandwich de jamón crudo que trae como 742 fetas. Porciones suculentas, poderosas y sabrosas. En El Bar del Gallego es todo a lo grande. Porque el Gallego es un grande.” Así se describe al entrañable bodegón que desde hace ocho meses tiene presencia en Facebook y por el cual su dueño rechazó una oferta millonaria del empresario Eduardo Eurnekian para comprar la esquina palermitana de Bonpland y Honduras.

Es uno de los tantos viejos –clásicos– restaurantes que hace más de 30 años aguantan el paso del tiempo y las modas, con una imagen detenida en otra época, y que resisten a la modernidad de barrios glamorosos como Palermo Hollywood, Las Cañitas y Recoleta. Abarrotados de clientela fiel que disfruta de la buena comida, surge la pregunta: ¿cuál es la clave? Hay una respuesta sencilla, pero de largo recorrido.

Va y viene con pasitos sigilosos y su pelo blanco, sirve un vaso con soda, sifón en mano, a sus clientes, posa para la foto y después de hacer un café en la máquina, Emilio Sangil, de 80 años, dueño de El Bar del Gallego, se refriega los ojos y dice sonriendo: “Yo estoy desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche acá desde el año ’78, pero en un ratito me voy a la cama. Esto es mi vida. Estoy en el mostrador, cocino con el cocinero, sirvo, trabajo con los proveedores desde temprano. No hay magia, todo se hace trabajando con ganas”.

El es el Gallego propiamente dicho, quien cargó a sus hombros uno de los pocos bodegones que sobreviven a los renovados bares y restós de Palermo. Para Emilio es algo natural que su boliche funcione, no sabe de marketing pero sí de “las buenas comidas” y de “la confianza de la gente”. Por supuesto que no desconoce las consecuencias de crisis coyunturales y de la gripe porcina, pero una vez venido a la Ciudad desde Galicia en 1977, se casó con una argentina, tuvo hijos, compró la propiedad donde funciona su bodegón y su propia casa en el piso de arriba y apostó: “Pues, m’hija, la familia tiró para que me quedara acá y después que pasó el tiempo ya tenía todo armado y estuvo bien”.

La oferta. Cuenta Emilio que el empresario Eduardo Eurnekian le ofreció el año pasado casi un millón de dólares para comprarle su esquina, ubicada en la zona de los canales de televisión, productoras de cine y locales de indumentaria de diseño. PERFIL intentó comunicarse con voceros del empresario para confirmasr el dato, sin obtener respuesta “No quise vender porque yo estoy bien y cómodo como estoy. No pago alquiler, esto es mío y tengo mi casa para mi familia”, afirma el dueño del bodegón que también tiene a su cargo un hotel familiar en Cabrera y Gurruchaga. Según comenta, los números le alcanzan para estar tranquilo. Factura aproximadamente 3 mil pesos por día,

En el año ’78, en esta zona había fábricas y talleres y en esa esquina, una rotisería. Hoy, El Bar del Gallego tiene siempre las mesas ocupadas y no cerró un día en 30 años. “Acá se come bien y barato. Vienen por las cosas tradicionales y caseras, como un buen locro ($ 20) mondongo, asado, carré de cerdo ($ 17), carne al horno o peceto ($ 18)”. Y sigue: “Hay dos mozos y un encargado, mis hijos me ayudan, pero yo estoy todo el día para que todo vaya bien. Se trata de afición”. Vital, Emilio se levantará mañana, tomará mucha soda y poco vino, comerá pescado, se tomará la presión y abrirá nuevamente su bodegón, orgulloso.